Noviazgo y castidad

Si el noviazgo es un tiempo de preparación ¿cómo incorporar ahí lo afectivo y lo sexual? El poeta Mario Benedetti se extrañaba de que la gente «creyera en Dios» cuando «acariciar a una muchacha proporciona un placer casi divino». Este razonamiento siempre me provoca una sonrisa: es una pena que Benedetti conociera tan bien al ser humano y tan poco a Dios. Sí, acariciar a la persona amada es maravilloso…, sobre todo al principio. Y es precisamente en esa enorme fuerza, en ese placer tan intenso, donde reside el peligro. Me explico: es muy goloso pasar una tarde entera entre caricias y besos, aunque después de varias horas no hayamos avanzado un milímetro ni en nuestro conocimiento mutuo ni en nuestro compromiso. ¿Qué sucede entonces? ¿Es que expresarse cariño no tiene ningún valor?

Sí, la afectividad constituye un valor, pero uno entre otros muchos. Un noviazgo centrado mayoritariamente en la afectividad descuidará aspectos vitales y descompensará la relación. Con toda seguridad. Esto, por una parte. Por otro lado, muchos piensan: -Bien, podemos excluir la genitalidad, pero sabemos que lo sexual es mucho más que eso. Y entonces llegamos a la cuestión inevitable que se plantean todas las parejas que desean vivir cristianamente su relación: -¿Hasta dónde podemos llegar? 

La sociedad de hoy en los países occidentales ha terminado con el problema con una solución típicamente suya: el problema de los límites se resuelve quitando los límites. Pero las consecuencias de eso ya las sabemos suficientemente.

Así que centrémonos en la gran pregunta: ¿tiene cabida algún tipo de sexualidad en el noviazgo? Tal vez la cuestión clave para responderla está en lo que pretendamos: el fin primordial que se busca con un acto determinado. Por ejemplo, 1°- puedo besar a mi novia intentando expresarle ternura, aunque experimente sensaciones eróticas al hacerlo; o 2°- puedo besarla buscando fundamentalmente esas sensaciones eróticas en sí. Yo creo que, en el primer caso, nos encontraríamos con una realidad beneficiosa, y en el segundo, lo contrario. Alguien podrá objetar que todo está tan mezclado que es muy difícil distinguir una cosa de otra. Pienso que no, que no es tan complicado: en realidad es bastante sencillo si las cosas están bien equilibradas. Pero, claro, si unos novios han estado acariciándose y besándose durante horas mutuamente y dejando que la temperatura suba más y más, entonces sí cabe aceptar que, a esas alturas, las motivaciones estén ya bastante confusas: se ha buscado la ocasión de pecado.

En mi opinión, lo puramente sexual, aunque excluya la genitalidad, no debe ser nunca buscado en el noviazgo por sí mismo. 

Que, como consecuencia del afecto, del roce y la compañía, ese deseo sexual aparezca en la pareja, es totalmente normal, incluso bueno, pero no debe ser alimentado en sí ni con caricias ni con abrazos. Existen ciertas prácticas que, aún respetando la virginidad, me parecen menos dignas y tan pecaminosas como el mismo acto sexual.

Seres sexuados

Seguramente somos conscientes de la importancia que se suele dar a lo espiritual como un aspecto «superior» de nuestra persona. Pero quizá seamos menos conscientes de la importancia que tiene el cuerpo. Podemos tener un sentimiento amoroso, puro, espiritual, pero necesitamos del cuerpo para aterrizar ese sentimiento en una sonrisa o una caricia. 

Piénsalo, tu cuerpo es imprescindible para conocer y expresar el amor que culmina en entrega. Por eso tu cuerpo participa de la nobleza de todo lo espiritual; es necesario para que lo espiritual «aterrice». En realidad, todas nuestras acciones, la voluntad, la afectividad y la actividad estrictamente física actúan en perfecta continuidad e interdependencia. Alma y cuerpo no son dos realidades que conviven en mayor o menor armonía. Somos cuerpo espiritualizado o espíritu encarnado. El ejercicio de cada una de sus funciones se ve favorecido por el desarrollo equilibrado de las restantes y, cuando existe esa armonía, se perfeccionan. Cuerpo y espíritu son inseparables, aunque pretendamos separarlos como cuando un joven quiere pasárselo bien en un rollo en una fiesta, pensando que deja «aparcada» su alma para cuando decida amar. Esto es imposible y por eso a la larga duele. Por eso decía Benedicto XVI:

«Si el hombre pretendiera ser sólo espíritu y quisiera rechazar la carne como si fuera una herencia meramente animal, espíritu y cuerpo perderían su dignidad. Si, por el contrario, repudia el espíritu y por tanto considera la materia. el cuerpo, como una realidad exclusiva, malogra igualmente su grandeza».

«Pero ni la carne ni el espíritu aman: es el hombre, la persona, la que ama como criatura unitaria, de la cual forman parte el cuerpo y el alma. Sólo cuando ambos se funden verdaderamente en una unidad, el hombre es plenamente él mismo. Únicamente de este modo el amor el eros-puede madurar hasta su verdadera grandeza» (“Deus Caritas est”, 2005).

Procuremos cuidar esa unidad personal donde todo se encuentra. Cuanta mayor integración se consiga, más pura será tu mirada con la que verás “El beso” o a tu propia pareja.

Economicismo y escuela

En la dinámica educativa no debería dominar el economicismo, es decir, la ideología que prima los criterios del sistema económico por encima de todos los demás, como si tal sistema se impusiera a la política, a la ética o a la estética, y arrastrara las relaciones sociales de carácter no económico hacia el rincón de lo nimio e insignificante. 

Ahora mismo, las dos lentes de la óptica economicista son la dinámica -y la mentalidad- consumista y la eficiencia entendida como maximización del beneficio económico. El asalto del economicismo a la escuela es obvio: se convierte a niños y jóvenes y familias en clientes; prolifera el registro cuantitativo y el vocabulario usual del campo económico (competencias, recursos, progresos, créditos, rendimientos…); se introducen de forma muy artificiosa contenidos curriculares relacionados con la empresa y las finanzas; y se subraya que lo importante es que los chicos y los jóvenes sean innovadores y exitosos. 

Una de las gangas de todo este panorama es el «espíritu emprendedor». Personajes «ilustres» e instituciones «prestigiosas» suscriben que ya de pequeños los niños deben aprender a ser emprendedores o líderes ¡Qué disparate! La perversión no está en la idea del emprendimiento, sino en proponer que tenga protagonismo en la escuela. ¿Y si, en lugar de dejarse llevar por las demandas sociales más evidentes de rendimiento y progreso, se intentara escuchar un clamor aún más profundo y secreto de nuestro mismo presente que pide ser salvado exactamente del rendimiento y del progreso?

Josep María Esquirol

Libre circulación

Cuenta Stefan Zweig en «El mundo de ayer» que antes de la Primera Guerra Mundial no hacía falta pasaporte para viajar de un país a otro: «Antes de 1914 la Tierra era de todos. Todo el mundo iba adonde quería y permanecía allí el tiempo que quería. No existían permisos ni autorizaciones; antes de 1914 viajé a la India y a América sin pasaporte y en realidad jamás en mi vida había visto uno» (Acantilado 2001, p. 514). Viene esta cita a mi memoria ante la creciente preocupación en la Vieja Europa ante el continuo flujo de inmigrantes en busca de un futuro mejor.

Quieren reforzar las vallas, pero más bien lo que hay que hacer es mejorar los puentes. A mí me gusta recordar el artículo 13 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948): «1. Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado. 2. Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar a su país».

Comprendo que los Estados pueden y deben regular y organizar la inmigración. Copio del Catecismo de la Iglesia Católica que es muy claro y equilibrado en esta materia:

«Las naciones más prósperas tienen obligación de acoger, en cuanto sea posible, al extranjero que busca la seguridad y los medios de vida que no puede encontrar en su país de origen. Los poderes públicos deben velar para que se respete el derecho natural que coloca al huésped bajo la protección de quienes lo reciben. Las autoridades civiles, atendiendo al bien común de aquellos que tienen a su cargo, pueden subordinar el ejercicio del derecho de inmigración a diversas condiciones jurídicas, especialmente en lo que concierne a los deberes de los emigrantes respecto al país de adopción. El inmigrante está obligado a respetar con gratitud el patrimonio material y espiritual del país que lo acoge, a obedecer sus leyes y contribuir a sus cargas».

Como es sabido, los inmigrantes, tanto en los Estados Unidos como en España, son un elemento clave para la prosperidad del país: constituyen una fuerza de trabajo y de consumo importantísima. Pero esta no es la razón principal. Todos los seres humanos tienen derecho a la libre circulación por todo nuestro planeta.

Jaime Nubiola

Reflexiones para enamorados 

 o El amor es como el pan: si no es del día, se queda duro 

Cada día hay que volver a amar. No se puede vivir de las rentas. Si no afirmo cada día, con palabras y hechos, que le amo, el corazón se endurece.

 o En amor solo hay dos calificaciones: sobresaliente o suspenso 

Hay un amor y muchos sucedáneos. La naturaleza del amor es tal que solo se puede amar dándolo todo, y sin exigir correspondencia. En amor, los sucedáneos son más baratos pero no funcionan. 

o La relación que te hace mejor es buena; la que te hace peor es mala 

Cuando se aprecia al otro, es bueno que surja el deseo de darle el mejor yo: “no quiero darme así de defectuoso”, “él se merece más”. No es malo que aparezca cierto sentido de indignidad, pues significa que apreciamos el valor sagrado de la intimidad que nos acoge. Esta es la fuerza que hace que queramos mejorar libre y eficazmente: entregar al otro algo más valioso, menos indigno. Se crea así una sinergia que necesariamente mejora. 

o El aire de los pulmones del amor es la confianza: sin ella, se ahoga 

Es mejor estar dispuesto a ser engañado que negar al otro la confianza. Al principio, puede parecer que se pierde; al final, vence la bondad. En el noviazgo se debe conocer si el otro es digno de mi confianza. No significa pasar todo por alto: cada uno debemos exigir que se nos respete. Pero respetar al otro implica no dudar de él, de su intención. 

o En boca cerrada no duran los amores 

Es esencial llevar al día la verdad. De otra manera, se acumula y se hace una bola que no hay garganta que pueda tragarla. Ser sincero es el medio para llevar lo que habita mi intimidad hasta la suya, y para traer la suya hasta la mía. Hablar y escuchar, para tratar de comprender. 

 o El amor dominante no es amor, eso es posesión 

El único dominio que conoce el amor es el sometimiento voluntario que suscita la entrega del otro. Las estrategias de dominio son siempre desgraciadas. El amor da alas, no tiende cadenas. La única cadena que conoce es la coacción que supone el amor incondicional recibido.

 o Entre amantes, mandar es pedir por favor 

La naturaleza del amor necesita la libertad. El amor se ha embrutecido si necesita manifestar, explícitamente o con amenazas, sus deseos. Aunque sea más lento, no es bueno romper con esta norma del amor. 

o Lo que no subas hoy, lo subirás mañana… con más kilos 

El noviazgo es un tiempo formidable de la vida que, como las monedas, tiene cara y cruz. Subir a la cima en el amor exige una dolorosa purificación del yo, purificación de todo lo que no me permite amar mejor. Afirmar el tú significa negar el propio yo en muchos aspectos para ser capaz de crear el ‘nosotros’. Tarde o temprano, hay que pasar por esta lenta purificación. Por eso, no importa sudar en el noviazgo: al subir esas rampas nos conocemos mejor y también al otro; además, se hace con la libertad del que no se ha comprometido definitivamente. 

o “Jugar a novios” daña seriamente la salud del corazón 

Ser novios supone una etapa de relación entre dos personas que consideran posible unir sus vidas en un futuro, y se abren paulatinamente para conocerse y confirmar o desechar expectativas. Salir con una persona porque gusta, durante un tiempo –un verano, hasta que me canse, mientras dure una circunstancia…- es jugar. Si uno de los dos va en serio, terminará herido por quien está jugando. 

o Yo puedo deformar mi visión de la realidad, pero la realidad no se deforma 

La realidad no se deja manipular. Si una persona no me conviene, por más que quiera convencerme de que es la mejor para mí, seguirá sin convenirme. Y el tiempo dará la razón a la realidad, no a mi “montaje” mental. 

o Cualquier complicidad entre amantes es pan para hoy y hambre para mañana La complicidad para el mal acaba desuniendo. El entendimiento entre amantes es tan grande que resulta fácil que se comparta la atracción por el mismo mal. Aunque une mucho hacer el mal juntos, hacerlo cogidos de la mano no hace bueno lo malo; y lo malo, como es mentira, termina por desunir. Cualquier complicidad es un boomerang que, aunque se pierda de vista, acaba volviendo y golpeando a sus autores… 

o El cuerpo, como la sal, debe ajustarse a cada plato 

Es verdad que la atracción física en muchos casos es la que despierta el proceso amoroso, pero pensar… ‘enganchado lo tendré’, ‘más mío será’… es una estrategia peligrosa. Aunque el cuerpo sea cebo para picar, usarlo para “alimentar el bicho” es contraproducente. Cada etapa de la relación exige su adecuada y verdadera relación corporal. Medir el amor por la cantidad de cuerpo que se da… no es acertado. La máxima entrega física no es la mejor manifestación del amor; la mejor es la que sea verdadera.. Lo mejor no es la máxima entrega física, sino la máximamente verdadera, la entrega física adecuada a la relación. 

José Pedro Manglano

El pudor según Juan Pablo II

¿Por qué la mujer tiende a mostrar su cuerpo más que el varón? (II)

Es esencial la tendencia a ocultar los valores sexuales mismos, y en la medida sobre todo en que constituyen en la conciencia de una persona un «objeto de placer». Por esto no observamos este fenómeno en los niños, para los cuales el campo de los valores sexuales no existe, porque todavía no les son accesibles. A medida que van adquiriendo conciencia de ellos, van sintiendo el pudor sexual; en esos momentos, no es el pudor para ellos una cosa impuesta desde lo exterior, sino más bien una necesidad interior de su personalidad naciente. 

El desarrollo del pudor —llamaremos así la aptitud y la disposición a tener vergüenza— sigue en las jóvenes y en las mujeres un camino diferente que el que toma en los jóvenes y en los hombres. Este hecho está en conexión con las diferencias de la estructura de las fuerzas psíquicas y en la relación de la sensualidad con la afectividad que hemos subrayado en el transcurso del análisis psicológico del amor. Siendo como es generalmente más fuerte y más acentuada en los hombres la sensualidad que hace considerar al cuerpo como un objeto de placer, parece que habría de esperarse que el pudor, en cuanto tendencia a disimular los valores sexuales del cuerpo, fuese más pronunciado en las jóvenes y mujeres. 

Pero, al mismo tiempo, en la medida en que, por lo que a ellas toca, la afectividad supera a la sensualidad, ya que ésta más bien está escondida en aquélla, son ellas menos conscientes de la sensualidad y de su orientación natural que en los hombres. Por esto se dice frecuentemente que la mujer es por naturaleza más pudorosa que el hombre. Lo es, efectivamente, más, porque es más sensible a los valores de la persona, a una cierta masculinidad psíquica. Además, tanto una como otra masculinidad son experimentadas por la mujer más bien en el plano psíquico. Es precisamente esto lo que puede hacer difícil para la mujer el pudor. En efecto, al no encontrar en sí misma una sensualidad tan fuerte como la del hombre, siente menos la necesidad de esconder su cuerpo, objeto posible de placer. Un conocimiento del psiquismo masculino es, por consiguiente, necesario para la formación del pudor en la mujer. 

El desarrollo del pudor en el joven o en el hombre presenta generalmente un proceso diferente. El hombre no tiene que temer la sensualidad de la mujer, tanto como ella teme la de él. En cambio, siente interiormente su propia sensualidad, lo cual es para él una fuente de vergüenza. Los valores sexuales están para él ligados más estrechamente al cuerpo y al sexo en cuanto objetos posibles de placer y así vienen a ser fuente de vergüenza. Tiene, por tanto, vergüenza desde luego de sentir de esta manera los valores sexuales de la mujer. Tiene también vergüenza de los valores sexuales de su propio cuerpo. Esto es tal vez una consecuencia de aquello: tiene vergüenza de su propio cuerpo, porque tiene vergüenza de la manera como reacciona ante el cuerpo de la mujer. Evidentemente, tiene vergüenza de su cuerpo también de una manera que podría decirse inmanente si designamos a la otra como relativa. El pudor es no solamente una respuesta a una reacción sensual y sexual ante el cuerpo en cuanto objeto posible de placer, una contra- reacción, sino también y sobre todo una necesidad interior de impedir que la mujer reaccione ante el cuerpo del hombre de una manera incompatible con el valor del hombre en cuanto persona. De ahí es de donde nace el pudor, dicho de otra manera, una disposición constante para evitar lo que es impúdico. 

Karol Wojtyla

¿mostrar el cuerpo?

¿Por qué la mujer tiende a mostrar su cuerpo más que el varón? 

La persona humana es propietaria de una interioridad, un mundo propio. La riqueza de su ser personal depende de la riqueza de esa interioridad, ya que todas sus realizaciones serán fruto de ese motor poderosísimo que es su espíritu. Hace tiempo un joven ingeniero me decía que le bastaba hablar diez minutos con una chica para darse cuenta si valía la pena. Es decir, que captaba muy pronto si tenía interioridad, si tenía mundo propio. Si descubría que era una muchacha frívola, superficial, sin contenido interior, dejaba inmediatamente de interesarse por ella. 

El mundo interior es, pues, una gran riqueza. Manifiesta el valor de la persona. Por tanto, ha de cultivarse y protegerse, impidiendo que se nos pierda o que alguien pueda destruirlo. 

Precisamente para evitar que alguien pisotee nuestra interioridad, tendemos a esconderla. No nos gusta que se publique a gritos y en medio de la plaza pública lo que sentimos y lo que tenemos en lo profundo. La riqueza de nuestra interioridad desea permanecer velada, ya que podría ser malinterpretada o incluso objeto de irrisión. Esto es el pudor: una especie de defensa de los valores superiores, defensa que busca protegerlos de su posible pérdida o su eventual disminución. El pudor se refiere a cualquier aspecto de la interioridad humana. Referido al mundo de la afectividad, del amor y de la vida, se llama pudor sexual. En nuestro psiquismo surge de modo natural, y aparece la tendencia a ocultar o disimular ciertos valores propios, que no se desean perder o que se buscan conservar precisamente como lo que son: valores, riquezas, sedales de la dignidad y la interioridad. 

En este sentido, el pudor sexual viene a ser la natural tendencia a ocultar los valores sexuales en la medida en que ellos constituyan en la conciencia de otra persona un «objeto posible de placer». Es decir, se trata, con el pudor, de evitar que te vean como si fueras una cosa. La mujer no es un conglomerado de órganos sexuales, de partes anatómicas que pueden emplearse del mismo modo como se divide un pastel, se consume una botella de licor o se come una pizza. No, no es un objeto, algo así como una escoba o un trapo que se usa para algo y se abandona luego. No: la mujer es una persona humana, querida por Dios en sí misma (es un fin en sí misma), en la integración de su ser corpóreo— espiritual, con un destino sobrenatural, infinito, eterno. 

¿Qué es el amor?

Amor es una de esas palabras cargadas de múltiples sentidos. Explicarla con cierto rigor no es fácil, pues de ella hay un auténtico abuso. Conviene analizar con detenimiento el conjunto de significados, ya que es preciso matizarlos, aunque la tarea puede no parecemos útil si echamos una mirada a nuestro alrededor y vemos cómo se emplea el término en los grandes medios de comunicación social. Su uso, abuso, falsificación, manipulación y adulteración han conducido a una suerte de desconcierto que ha dado lugar a una tupida red de contradicciones.

Tener las ideas poco claras en algo tan primordial como el amor es, a la larga, dramático. Existe confusión ya desde la expresión, tomada del francés, hacer el amor para referirse a las relaciones sexuales; lo mismo ocurre con la de unidos sentimentalmente cuando alguien inicia una nueva andadura y la de nueva compañera afectiva. Vemos una mezcla de hechos, conceptos e intenciones, una triviali- zación del tema.

Durante décadas Occidente se ha preocupado en especial por la educación intelectual y sus rendimientos, pero ha descuidado el aspecto afectivo. Desde mi punto de vista, sería mejor buscar un amor inteligente, capaz de integrar en el mismo concepto ambas esferas psicológicas: los sentimientos y las razones. Algunos amores suelen ser bastantes ciegos cuando llegan y demasiado lúcidos cuando se van.

Para que esto no ocurra hay que intentar adentrarse en el estado de la cuestión y poner orden en esta jungla terminológica del amor, ya que la ignorancia o la confusión no son beneficiosas sino todo lo contrario.

Hay muchos tipos de amor, pero todos hilvanados por un mismo hilo conductor. Decirle a alguien «te amo» no es lo mismo que pensar «te deseo» o «me siento atraído por ti». Tales secuencias, próximas y lejanas, unen una serie de fenómenos que van desde el enamoramiento al amor establecido, y de ahí a la convivencia. Este trayecto de lo carismático a lo institucional es claro, decisivo, terminante. Supone la sorpresa de descubrir a otra persona e irse enamorando, para alcanzar una fórmula estable, duradera y persistente.

Ése es el verdadero camino del amor inteligente. Un verdadero enjambre de estados de ánimo: sentirse absorbido, estar encantado, dudar, tener celos, desear físicamente, percibir las dificultades de entendimiento, decepcionarse, volverse a entusiasmar, pero las fronteras entre unos y otros son movedizas. El hombre, como animal que es, tiene lo que necesita, se calma y deja de necesitar. Es un animal en permanente descontento: siempre quiere más. Por eso, el conocimiento del amor le conduce poco a poco hacia lo mejor.

Enrique Rojas,  en “El amor inteligente”

La cuestión del pudor

El pudor es la tendencia,  del todo particular del ser humano, a esconder sus valores sexuales en la medida en que serían capaces de encubrir el valor de la persona. Es un movimiento de defensa de la persona que no quiere ser un objeto de placer, ni en el acto, ni siquiera en la intención, sino que quiere, por el contrario, ser objeto del amor. Pudiendo venir a ser objeto de placer precisamente a causa de sus valores sexuales, la persona trata de disimularlos. Con todo, no los disimula más que en parte, porque, queriendo ser objeto de amor, ha de dejarlos visibles en la medida en que éste lo necesita para nacer y para existir. Con esta forma de pudor, que podría llamarse «pudor del cuerpo», porque los valores sexuales están exteriormente ligados sobre todo al cuerpo, va a la par otra  forma, que hemos llamado «pudor de los actos de amor» y que es una tendencia a esconder las reacciones por las cuales se manifiesta la actitud de goce respecto del cuerpo y del sexo. Esta tendencia tiene su origen en el hecho de que el cuerpo y el sexo pertenecen a la persona, la cual no puede ser objeto de placer. Sólo el amor es capaz de absorber verdaderamente tanto la una como la otra forma de pudor.  

El impudor destruye todo este orden. Analógicamente a la distinción del pudor del cuerpo y del de los actos de amor, se pueden distinguir dos formas análogas de impudor. Definiremos como impudor del cuerpo la manera de ser o de comportarse de una persona concreta, cuando ésta pone en primer plano los valores del sexo, de suerte que no oculten éstos el valor  esencial de la persona. Consiguientemente, la persona misma se encuentra en la situación de un objeto de placer (sobre todo en la segunda acepción del término), la de un ser del que se puede uno servir sin amarlo. El impudor de los actos de amor es la neg ativa que opone una persona a la tendencia natural de su interioridad a tener vergüenza de esas reacciones y actos en que la otra persona aparece únicamente en cuanto objeto de placer.  

Esta vergüenza interior de los actos de amor no tiene nada que ver con la exageración o afectación de pudor, que consiste en la disimulación de las verdaderas intenciones sexuales. Una persona pudibunda, y que al mismo tiempo se deja llevar por el deseo de goce, se esfuerza en crear las apariencias de desinterés o falta de interés por lo sexual, llega hasta a condenar todas las manifestaciones sexuales, aun las más naturales, y todo aquello que dice relación al sexo. Con bastante frecuencia, por otra parte, semejante actitud no es una forma de hipocresía, sino simplemente una cierta prevención o una convicción de que todo lo que se refiere al sexo no puede ser más que objeto de goce, que el sexo no puede por menos que ofrecer ocasiones de placer, pero jamás abre camino al amor. Esta opinión está teñida de maniqueísmo y está en desacuerdo con la manera de ver los problemas del cuerpo y del sexo que encontramos en el Génesis, y sobre todo en el Evangelio. 

Karol Woytila en «Amor y responsabilidad»

El amor conyugal y V: Gratitud

Una nueva riqueza, un nuevo impulso en la vivencia y en la expresión del amor es el descubrimiento de la gratitud. Cuando acojo en mí tu don, brota de mi ser un nuevo amor, distinto, con una significación peculiar. Es la gratitud por todo lo que tú has significado para mí. La gratitud porque me has amado tanto. La gratitud por todo lo que has llegado a despertar en mí; porque, sin duda , sin ti mi vida habría sido otra; sin ti no hubiera llegado a la plenitud que alcancé. La gratitud, en fin, por la dicha de haber sido el recipiente de tu don, Aunque de hecho muchas veces actuáis por gratitud, pocas veces os la expresáis. Pocas veces os detenéis a pensar en todo lo que el otro ha sido capaz de hacer por ti a lo largo de la vida, en todo lo que ha sido capaz de renunciar, en los esfuerzos, en los sacrificios, en las superaciones, en esas mil cosas que han contribuido a tu dicha, te han llevado a plenitud. Y si pocas veces las pensáis, menos las decís. ¿Por qué no intentarlo alguna vez? Sorprende a veces veros distanciados el uno del otro por un pequeño incidente, Algo muy pequeño ha sido capaz de eclipsar todo un horizonte de dedicación y de entrega. Tal vez es porque somos así… La gratitud, el reconocimiento por todo lo que habéis recibido el uno del otro estará en la raíz de la sencillez y de la humanidad del uno ante el otro. Del respeto. De esa pobreza radical que os hace a cada uno necesitar al otro para vivir. Un cristiano es aquel que ha entendido tan bien el Tanto nos amó Dios, que nos dio a su Hijo, que no puede obrar de otra manera que buscando lo que a Él agrada. Para quien ha entendido y saboreado lo que es el amor de Dios sobre  él, toda su vida será 3  una respuesta de gratitud, una respuesta de acción de gracias… Porque se me ha amado tanto. El amor de gratitud, de acción de gracias, nos impele con su fuerza a buscar, a saborear, a realizar lo que al otro agrada. Convencidos de que, en definitiva, cuando sinceramente respondéis a lo que hay de mejor y de más profundo en la petición muchas veces tácita del otro, le estáis también agradando a Él. La gratitud, lo gratuito, es la gracia en esta vida. Lo realmente gratificante. ¿Qué sería yo sin ti, que viniste a mi encuentro? ¿Qué sería yo sin ti, más que un corazón dormido en medio del bosque, más que una hora que se pasa en la esfera del reloj, qué sería sin ti, más que un balbuceo…? Todo lo he aprendido de ti sobre las cosas humanas, y he visto hasta ahora el mundo a tu manera. Todo lo he aprendido de ti como si bebiera en la fuente, como si leyera en el cielo las estrellas lejanas, como si repitiera la canción del que pasa cantando a mi lado. Tú me has tomado de la mano en este infierno moderno donde el hombre ya no sabe qué es ser dos. Tú me has dado la mano como un amante feliz.